Si el 11-S abrió el debate multicultural y propició cambios en la forma con que los inmigrantes eran percibidos en las democracias occidentales, ahora, tras los atentados en Madrid y Londres, son las políticas de integración multicultural las que han pasado al primer plano informativo. La homogeneidad cultural en Europa Occidental ha dado paso a sociedades heterogéneas donde coexisten diferentes tradiciones culturales provenientes de Asia, África, América Latina y otras partes de Europa. Pero antes de lanzarnos al debate convendría airear la confusión reinante en la que parecen nadar los «expertos», en especial los defensores del relativismo cultural y los etnocentristas.
El relativismo cultural es un principio que afirma que todos los sistemas culturales son intrínsecamente iguales en valor y que los rasgos característicos de cada uno tienen que ser evaluados y explicados dentro del contexto del sistema en el que aparecen. Así, ante cualquier análisis cultural adoptan una perspectiva emic con el fin de explicar y justificar los elementos conductuales. El siguiente ejemplo (Harris, 1998:133) demuestra la importancia entre el conocimiento de tipo emic y el de su opuesto, el tipo etic: "En el distrito de Trivandrum del estado de Kerala, en la India meridional, los agricultores insistían en que nunca acortarían deliberadamente la vida de uno de sus animales, que nunca lo matarían ni lo dejarían morir de hambre afirmando así la prohibición hindú contra el sacrificio del ganado. Sin embargo, entre los agricultores de Kerala la tasa de mortalidad de los terneros es casi el doble que la de las crías que son hembras. De hecho, el número de hembras de 0-1 años supera al de los machos del mismo grupo de edad en una proporción de 100 a 67. Los mismos agricultores son plenamente conscientes de que los segundos tienen más probabilidades de morir que las primeras, pero atribuyen la diferencia a la relativa «debilidad» de los machos. «Los machos -suelen decir- enferman más a menudo.» Cuando se les preguntó cómo explicaban esta propensión, algunos sugirieron que los machos comían menos que las hembras. Finalmente, varios de ellos admitieron que los terneros comían menos porque sólo se les permitía permanecer unos pocos segundos junto a las ubres de las madres. A nadie se le ocurrió afirmar que, dada la escasa demanda de animales de tiro en Kerala, se decide sacrificar a los machos y criar a las hembras. La perspectiva emic de la situación es que nadie, consciente o voluntariamente, acortaría la vida de un ternero. Una y mil veces los agricultores aseguraban que todas las crías, independientemente de su sexo, tenían «derecho a la vida». Pero la dimensión etic de la situación es que la proporción de sexos del ganado se ajusta de un modo sistemático a las necesidades de la ecología y la economía locales mediante un «bovicidio» preferencial de los machos. Aunque no se sacrifican los terneros indeseados más o menos a la mayoría se los deja morir de hambre." Como aquí se muestra, la utilización exclusiva de uno u otro enfoque produce resultados parciales. Tan solo su combinación permite aprehender la realidad en su conjunto.
En el otro extremo se encuentra el etnocentrismo o creencia que nuestras propias pautas culturales son siempre naturales, buenas, hermosas o importantes, y que los extraños, por el hecho de actuar de manera diferente, viven según patrones salvajes, inhumanos, repugnantes o irracionales. (Harris, 1998:125). El corolario es una evidente intolerancia hacia las diferencias culturales.
El debate sobre el multiculturalismo debe renunciar a estos dos extremos y caminar hacia el modo de compartir los valores y las instituciones democráticas. Si han servido para dar respuesta a múltiples intereses e ideologías, bien podrían servir para integrar culturas e identidades diversas. Eso sí, manteniendo como premisa irrenunciable que el respeto a otras «culturas» acaba justo donde comienza la ley y los derechos individuales.
[HARRIS, M.: Introducción a la antropología general, 1989]